domingo, 14 de febrero de 2010

Identidades

Hay un momento en la infancia de toda persona en que uno descubre quién es. La idea de identidad le abofetea, por primera vez te das cuenta de que eres tú -y no serás nunca otro-, un ente separado de todos los demás. Y acaricias tu individualidad, la bendición que te hace único y la maldición que te separa irremediablemente de los otros. A menudo este fenómeno tiene que ver con la visión de nuestro reflejo en un espejo.

Años más tarde tendría otra experiencia que me traería aquel día a la memoria. Tanto tiempo después me encontré de nuevo ante el espejo de mi cuarto, un par de malos tragos y algunas más decepciones a las espaldas, y alcancé a comprender que todo cambia con demasiada rapidez; y que, por tanto, las cosas tienen el valor que les des en un momento presente. Querer congelar lo que tenemos y hacerlo eterno no sólo nos lleva a perseguir un imposible, sino que devalúa nuestras vivencias de cada día. Es preciso, pues, despojarnos de todo lo accesorio, lo contingente, y quedarnos con la esencia. Esta esencia es la materia prima, el material a partir del cual podremos construir un mañana por mucho que varíen las circunstancias desde hoy.
Sólo nos hace falta eso que nos devuelve el espejo. A nosotros.

Corresponde a cada uno pensar qué, cómo y con quién quiere reconstruirse...

Laura R.

1 comentario:

  1. Leía ayer a Kapuscinski que decía algo sobre la relación del Yo con el Otro, el Otro que es Yo..., algo que llevo pensando en este curso y en realidad desde hace algún tiempo:

    "el Otro no es sino un espejo en el que se contempla –y en el que es contemplado-, un espejo que lo desenmascara y lo desnuda, cosa que todo el mundo prefiere más bien evitar. "

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